domingo, 17 de junio de 2012

Casi Invisibles (relato)

Oscuridad apuñalada por intensos rayos diurnos filtrados a través de la irregular cuadrícula de orificios que presentaba una vieja persiana, única conexión entre el mundo y su mundo, y un bucle musical de apenas diez segundos procedente del menú de un DVD hacía horas ignorado era lo primero que encontraba día tras día al despertarse; a veces era un ruido, otras veces el contacto de una mosca que, por supuesto, pagaba la osadía con su vida.

Tres fuertes golpes a la puerta lo despertaron de un sueño que no parecía tener ni principio ni fin: en los últimos ocho meses sólo había salido de esa habitación para ir por necesidad al cuarto de baño que tenía en frente o a la cocina a escasos diez pasos para alimentarse. Los delatores haces de luz que la persiana dejaba pasar era todo el sol que le llegaba y las únicas personas que había visto en ese tiempo eran sus dos compañeros de piso, y no recordaba la última vez que habló con alguno de ellos.

Finalmente se levantó y trató de abrirse paso sin ninguna prisa entre el amasijo de ropa, cables, aparatos y desperdicios que gobernaban el suelo hasta llegar a la puerta. No necesitaba abrirla para saber quién era: de todas las personas que existían sólo dos sabían que estaba allí, pero una de ellas no quería saber nada de él. El sentimiento era recíproco, claro que, la indiferencia que Gustavo sentía hacia esa persona no era distinta de la que sentía hacia el resto de habitantes de la tierra.



Abrió la puerta y se quedaron mirando fijamente a los ojos en silencio un buen rato. Sin duda, pensó, "algo de cierta relevancia ha ocurrido", pues hacía ya mucho tiempo que él no era una persona a la que alguien llama para pasar el rato o charlar sobre cualquier tema.

Ni la ropa arrugada y sucia ni el grasiento pelo ni la barba con suficiente volumen como para cambiar drásticamente la forma de su cara llamaba tanto la atención como sus cargados ojos sobreexpuestos día a día a maratonianas jornadas ininterrumpidas de videojuegos completamente a oscuras, o su columna encorvada fruto de la postura que adoptaba frente al ordenador; esto sumado al hambre que pasaba, en parte voluntario, por ser incapaz de permanecer apartado de su mundo más de un cuarto de hora hacía que pareciera cinco años más viejo, y esto a los veintitrés era bastante llamativo.
Al fin los ojos de Carlos, su compañero de piso, consiguieron sonreír muy ligeramente y le oyó decir: "Cambio de planes..., tienes que salir Gustavo"; y la sonrisa de ojos fue de vuelta... En realidad aquellas palabras le hicieron bastante más gracia que la que dejó ver, pero además de no haber sido nunca una persona muy expresiva, era la primera vez que su cara hablaba con alguien en demasiado tiempo.

Continuó hablando con el mismo semblante: como si no hubiera captado su gesto de desgana; como si guardara un as en la manga; como si para hacerle salir a la calle bastara con exponerle alguna buena razón:

C - Las cosas están así: estamos a día catorce, hemos quedado ya tres veces con los caseros para pagarles y por unas cosas u otras no hemos aparecido. Hoy es la cuarta, en concreto dentro de dos horas en La Tahona: el bar de la esquina, y resulta que Sergio ha tenido que salir a toda prisa a clase porque le ha avisado un amigo de que el Profesor de Detalle les iba a poner una práctica sorpresa. Y Yo tengo revisión hoy y no puedo faltar.

No preguntó acerca de revisiones, exámenes u otras cuestiones, simplemente no le interesaban, no sabía nada de la vida de sus compañeros de piso y no sentía ninguna vergüenza en reconocer que era así.
Carlos continuó intentando disimular cierta sorpresa, pues estaba yendo mucho mejor de lo que esperaba y no quería perder el ritmo; ahora venía a su parecer la mejor parte.

C - Hoy, además hemos quedado con el hijo de los caseros: Héctor, seguro que lo conoces, está en nuestra facultad, estudia obras públicas, es un crack: conoce a todo el mundo y todo el mundo lo conoce a él. Vamos, que en lugar de sacar temas de conversación con los viejos y poner caras hoy es tomarse unas cañas con éste y sus colegas y poco más.
G - ¿Ese es quien creo que es?
C - Es el que nos invitó a su casa a todos los que salimos del cuchitril aquel en el que el pinchadiscos estaba obsesionado con Los Planetas, en la fiesta de la primavera el año pasado.
G - Eso fue... ¿el año pasado? Que lento pasa el tiempo...
C - Este tío es una máquina, si sales cualquier noche y duras lo suficiente, casi seguro le verás, seas quien seas, vayas donde vayas. Y lo grande es que luego está en todos los compromisos como si nada, dando la talla y animando la reunión si es necesario, no se pierde una fiesta y lo saca todo con nota.
G - Ese tipo es demasiado estupendo.
C - Tío eres la única persona que conozco que no soporta a Héctor.
G - No sé..., alguien de quien todo el mundo habla muy bien no puede ser muy de fiar.
C - Jejeje, dices unas cosas... sé que te resbala lo que opinan los demás pero en verdad creo que te vendrá bien salir aunque sea un rato.

Colocó el sobre del dinero con las tres partes sobre la mesa y se levantó para coger el abrigo y la carpeta y marcharse cuanto antes pero tratando de no hacer movimientos furtivos: tenía la sensación de que en ese momento la postura de Gustavo era lo más parecido a un "sí" que de éste se podía esperar ante semejante situación, y no quería estropearlo.

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Sin saber muy bien cómo se encontraba sólo con un sobre ante sí y la obligación de entregárselo a un tipo a cuatrocientos metros de allí pasando por el recibidor, la calle y un bar al que los estudiantes solían ir de cañas.
No es que no hubiera sabido decir que no, sencillamente todo había pasado muy rápido, en su mundo todo funcionaba de manera distinta.
Valoró varias veces la opción de desentenderse de aquello, había trabajado durante mucho tiempo apartándose de la sociedad para no tener compromisos ni obligaciones de ningún tipo y ahora en apenas veinte minutos se sentía presionado a salir a la calle y hablar con gente.
Durante algún tiempo estuvo convencido de que no iba a ir, sin excusas ni remordimientos: "sencillamente no fui" se imaginaba diciendo ¿qué podía pasarle? Se alejó del sobre y se metió en su cuarto.

Ahora se sentaba frente al ordenador igual que todos los días durante ocho meses, laborales o festivos, hiciera frio o calor; cuando la persiana estaba completamente bajada ni siquiera se enteraba de si era día o noche.

Encendió el monitor dispuesto a reanudar la partida que había dejado guardada, pero accedía al menú más lento que de costumbre, aunque jamás lo hubiera reconocido ante nadie la verdad es que sentía cierta atracción por cambiar de planes y hoy tenia la excusa perfecta, no es que quisiera hablar con gente, desde luego eso no era pero... por decirlo de alguna manera: sabía lo que ocurriría tanto si ganaba como si perdía el partido de copa que tenía en pantalla, tenía claro cómo iba a jugar, a quién iba a sacar al campo de titulares y, si se complicaba la cosa tenía varias alternativas jóvenes y no tan jóvenes en el banquillo, algunas de ellas muy polivalentes; sin embargo no tenía ni la más remota idea de lo que ocurriría si salía por esa puerta.
Allí fuera no había normas o las que había podían quebrantarse, podías hacer lo que se te ocurriera, nada de botones ni frases predeterminadas, pero la responsabilidad de tus actos era total.

Los siguientes minutos pasaron muy rápido, por primera vez se planteaba en serio salir después de ocho meses, la partida estaría allí para cuando llegase, podría continuar con su vida si lo deseaba inmediatamente después de entregar el sobre, aunque aun había algo que le resultaba ligeramente molesto: era el que su compañero de piso pensara que aquello había sido muy fácil, o que quería hacerle un favor, o que en realidad estaba deseando salir y que su encierro no era todo lo revelador que aparentaba ser. Entonces recordó que se prometió hacía mucho tiempo no actuar en función de lo que pensaran los demás y desaparecieron las dudas.

Durante  media hora se dedicó a no parecer un ermitaño, cogió una máquina de cortar el pelo que estaba en el cuarto de baño y comenzó a pasarla por la cara y la cabeza, no pretendía dar buena impresión, si conseguía no llamar demasiado la atención por la calle se consideraría victorioso. El paso siguiente era entrar en la ducha y luego coger algo del olvidado armario y cruzar los dedos parar que no oliera mal. El resultado a su parecer no era tan malo, su cabeza y cara blanquecinas y con poco pelo le hacían parecer mucho más joven, quizás algo enfermizo... encontró ropa deportiva y no se lo pensó más, ya se acercaba la hora.

Cogió el ascensor y apretó el botón para bajar: ahora empezaba a no parecerle tan buena idea salir a la calle, se abrió la puerta y salió como una flecha hacia el recibidor, allí escuchó al portero que le decía algo pero no se giró, era necesario acabar con aquello cuanto antes. Abrió la puerta de la calle y quedó ciego por unos segundos, la cara le quemaba y el ruido era ensordecedor; cuando recuperó la visión recordó como odiaba las multitudes.
Bajó las escaleras hasta ponerse al nivel de la calle y fue engullido por una marea de gente que caminaba como autómatas moviéndose a toda velocidad en ambas direcciones sin aparente orden pero sin chocarse.
Nada más entrar en la masa de gente se sintió señalado, como si todos formaran un ente y un agente externo hubiera entrado sin permiso dispuesto a sembrar el caos, y de alguna manera tenían razón, era incapaz de mantenerse en movimiento sin tropezar con los demás. Decidió no mirarles a los ojos aunque estos se le clavaran a cada paso, al cabo de unos minutos alzó la vista y divisó al otro lado de la acera de una calle perpendicular, casi haciendo esquina con la principal, el dichoso bar.

Casi sin darse cuenta se encontró en la puerta, en esta calle no transitaba tanta gente, miró de nuevo el cartel del bar para asegurarse y entró.
El ambiente era tranquilo, el local era bastante espacioso, a la derecha comenzaba la barra que se extendía hasta el fondo y a la izquierda algunas mesas redondas rodeadas de sillas por el momento vacías lo suficientemente separadas unas de otras como para no sentirse agobiado. Apenas acababa de mirar a su alrededor escuchó un silbido, miró y allí estaba: Héctor, con la mano levantada saludando, aquel comportamiento era tan poco habitual hacia Gustavo que sintió impulsos de mirar tras de sí por si el saludo era a otra persona, pero se controló y avanzó hasta la mesa eso sí sin saludar.

De cara a la puerta y con la espalda apoyada en la pared se encontraba Héctor, con una sonrisa tan grande como su gran boca le permitía, rodeado de amigas y amigos que Gustavo no había visto nunca, todos aparentemente pasándoselo de miedo con sus historias.
Héctor era guapo, fuerte, alto, gracioso, carismático y además era listo, era tan divertido que a pesar de ser tan perfecto no despertaba envidias y caía bien a todos, a todos menos a Gustavo.

H - ¡Siéntate! ¿Qué tal por el piso? ¿quieres una caña?
G - Bueno...

Héctor le presentó al resto de la mesa como un tipo entrañable, como si se conocieran desde siempre, Gustavo saludó con la cabeza a todos y éstos continuaron con su conversación. Hablaban de los trabajos que tenían durante los fines de semana de cara al público y las anécdotas que vivían con la gente que se encontraban, la mayoría a ojos de ellos incompetentes, inadaptados o energúmenos... Gustavo no tardó en desconectar, ya solo pensaba en acabar la cerveza, entregarle el sobre y volver a su cuarto por tiempo indefinido.

Cuando se encontraba a mitad de la caña algo llamó su atención al otro extremo del bar, era un tipo bajito, rapado, con ropa descuidada, muy nervioso, mirando constantemente su reloj como el conejo de Alicia a punto de meterse en la madriguera; había pedido un cartón de leche y alguna otra cosa ya que el camarero volvía para adentro y aun no le cobraba. En una de las sospechosas miradas que lanzaba constantemente como si lo siguieran consiguió verle la cara, sin duda era Daniel.
Daniel era un viejo roquero, cuando Gustavo llegó a la facultad él ya llevaba seis años, era una de esas personas que un día se dan cuenta de que están muy a gusto donde están y que no necesitan nada más en su vida y allí se quedan sin volver jamás a replantearse la misma cuestión por muchos años que pasen. Se conocieron a través de un conocido de Gustavo y aunque nunca llegaron a ser grandes amigos lo pasaban muy bien cuando se encontraban por las zonas de fiesta y por otros lugares menos habituales.
Era una buena persona, si eras capaz de soportar sus tics y no te importaba ir por la calle con alguien que parecía un yonqui, era una gran opción para pasarlo bien; llegó a la ciudad cuando el botellón alcanzaba su punto álgido para estudiar derecho, desde entonces había cambiado dos veces de carrera para volver a derecho, había pasado por dos grandes residencias de estudiantes y había vivido en cuatro pisos diferentes, había sido tuno, había trabajado en la biblioteca y de tele-operador, fue adicto a las drogas y recayó varias veces, había actuado (y aun seguía haciéndolo) en la calle haciendo trucos de magia y malabares y vio caer el botellón, siendo uno de los múltiples heridos por estar a la cabeza de las manifestaciones... alguien le dijo a Gustavo una vez que incluso tuvo cáncer pero no se atrevió a preguntárselo.

Gustavo se disculpó en la mesa diciendo que iba al servicio que quedaba cerca de la entrada y nadie le prestó atención excepto Héctor -"¡Claro! aquí te esperamos, no te vayas a perder".
Cuando se acercaba para saludarle el camarero le entregaba un segundo cartón de leche y ahora sí se disponía a cobrarle, Daniel soltó rápidamente las monedas que llevaba preparadas en la mano y mientras se giraba para salir miró hacia atrás y vio a Gustavo.
Se saludaron amistosamente, pero cuando Gustavo parecía querer preguntarle algo sobre su vida Daniel le interrumpió invitándole insistentemente a que le acompañara a casa de un amigo al que había prometido llevarle la leche, y volver inmediatamente después allí a tomarse algo juntos. Gustavo miró hacia la mesa de Héctor que no parecía tener intención de salir de allí en breve:

G - ¿Está cerca?

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Se presentaron delante de la casa del amigo de Daniel, Gustavo no podía creerlo: era aquella casa, hace tiempo cuando salía a la calle solía quedarse mirándola, pero creía que estaba abandonada; parecía sacada de una película de Tim Burton, era como coger una casa de campo de medio siglo para atrás y encajarla entre dos bloques de viviendas modernos en mitad de una calle transitada del centro de la ciudad, la casa parecía estar a punto de ser demolida para levantar otro edificio de viviendas: tenía su jardín de entrada y los árboles parecían tan cansados como los viejos muros sin  pintar, dramáticamente aprisionados por las enredaderas; los gatos campaban a sus anchas entrando y saliendo por los múltiples huecos que encontraban en cualquiera de las ventanas rotas y el suelo era una mezcla de hierba descuidada durante años, hojas caídas y pequeños envases que la gente tiraba al pasar.
Daniel le explicó que aquella vivienda estaba protegida por ser la única que quedaba de ese estilo en aquella parte de la ciudad, al parecer todas eran así antiguamente y ésta la conservaban como imagen de aquella emblemática calle en otra época.
La casa parecía de todo menos "protegida", pertenecía a los padres de Juan, el amigo de Daniel, de familia adinerada, y no podían derruirla: al niño le gustó y le dejaron quedarse hasta acabar los estudios. Al ver aquello uno se preguntaba cuanto tiempo había pasado desde que sus padres fueron allí por última vez.
Cruzaron el descuidado jardín esquivando a los gatos que lejos de apartarse los miraban como a intrusos para llegar a las puertas de madera carcomida y sin color que hacían las veces de puerta principal, tenían tantas grietas y estaban tan descolgadas que casi no era necesario abrirlas para entrar. Llamaron y sin esperar respuesta abrieron.

Y allí, una vez dentro se detuvo el tiempo, si por fuera la casa parecía de otra época, por dentro era como estar en otro mundo, un mundo muy familiar para Gustavo, aquella casa era como su cuarto, automáticamente se vio reflejado en la oscura silueta que se encontraba en medio de la gran sala desordenada y completamente a oscuras: sin hablar, como a punto de ser engullido por su machacado sillón, haciendo movimientos muy pausados e imprecisos, medio vivo medio muerto.
Siguió con retardo a su amigo que se acercaba a saludar, aun seriamente afectado por la impresión de estarse viendo a sí mismo en un futuro no muy lejano.

 Comenzaron a hablar pero Gustavo no escuchaba, estaba girando lentamente por detrás de Daniel para ver la cara de su álter-ego que parecía no percatarse, y aun más, no interesarse por las personas que entraban allí. Cuando alcanzó a verle no descubrió nada que no esperase: era un tipo cansado, perdido hacía mucho, como un guerrero que malinterpreta una orden y se queda luchando sólo, olvidado en un lugar extraño por un objetivo que no le sirve de nada a nadie, ni siquiera a él; sus ojos vencidos, deambulaban incapaces de fijarse en algo en concreto.
Poco a poco comenzó a enterarse de la conversación.

D - ... estás muy a gusto...
J - ¿A gusto? ... La luz quema, el aire suena, las cosas... rozan. Yo te voy a decir lo que es estar "a gusto": estar suspendido, aislado lumínica, acústica y térmicamente; estar nutriéndote constantemente sin reparar en ello, como quien respira; sin ver ni oír, sin sentir: sólo pensar.

Gustavo no podía apartar la mirada de su cara, intentaba descubrir por qué pensaba y vivía de aquel modo: si aquel tipo era capaz de justificar de manera coherente ese tipo de vida podría justificarse mejor los últimos meses ante sí mismo y quizás perdonarse cosas que ahora no podía. Aunque en ese momento no sentía lástima, lo que deseaba era agarrarle por el cuello, lanzarle y gritarle hasta hacerle ver que se le escapaba la vida.

D - Vamos, no seas tan radical jeje, eso es una utopía.
J - ¿por qué? Sólo por que no se ha intentado hasta ahora. Yo ya se cómo hacerlo.
G - ¿Y qué? - intervino Gustavo que ya no aguantaba más - ¿Vas a dedicar tu vida a dormir?
J - Soñar es el mayor placer en vida: soñar es vivir sin estar sujeto a ninguna norma espacial o temporal.
G - ¡¿Prefieres dormir antes que follar?!
J - ¡No hablo de dormir! ¡Hablo de gestar!, y sí es mejor que el sexo.
G - No sé qué mierda de sexo has practicado tú, o qué tipo de sueños tienes pero...
J - Desgraciadamente no está hecha la miel para la boca del asno.
G - A lo que tú llamas miel es leche materna, y ¡sí!; está hecha para la boca del asno, del asno pequeño, no de un burro de 30 años.

Ahora ambos se miraban fijamente en silencio, la conversación era tan tensa que Daniel empezaba a moverse de manera aun más nerviosa que de costumbre, parecía que iba a estallar de un momento a otro.

D - Venga vamos chicos... no os enfadéis...

La discusión de Gustavo poco tenía que ver con Juan: era una discusión consigo mismo, con su yo de hacía unas horas, con su yo de los últimos ocho meses.

J - ¿Por qué entras en mi morada con gente tan cerrada de mente? -Dirigiéndose ahora a Daniel.
D - Oye, venga... Gustavo...
G - Eso no es tener la mente abierta, eso es tenerla desparramada. A la mierda, ¡Yo me voy!
D - ¡Espera!

Daniel corrió detrás de Gustavo con la intención de disculparse ante Juan, después de todo estaban en su casa y había sido Él quien le había llevado. Le agarró del brazo girándole para dirigirse a Juan pero cuando miraron al sillón no le encontraron allí entre las sombras.

D - ¿Juan?
G - Me voy.

Cuando estaba a unos metros de las ancianas puertas, una figura se abalanzó sobre él por la derecha a toda velocidad salida de una sombra y sintió un fuerte golpe en la ceja, se lo quitó de encima de un empujón rápido como quien se quita una avispa o una araña; era Juan que ahora se retorcía en el suelo, la caída le había hecho bastante daño.

G - ¡Ahhh! ¡Estúpido Gilipollas! menuda hostia... Que os den, yo me piro.

Abrió las puertas de un puntapié y salió por el jardín doliéndose del golpe en la ceja sin percatarse de que al otro lado de la cancela, en la acera, alguien que llevaba mucho tiempo sin verle le había reconocido y ahora le observaba saliendo de aquella casa de película, con un moretón en la ceja y despotricando. Se quedó mirándole con curiosidad y sin poder evitar sonreír, esperando a que cruzara el frondoso jardín.

LAURA - Hola.

Gustavo sorprendido apartó rápidamente la mano de su ceja e intentó disimular su sorpresa, aquel día sin duda estaba resultando distinto. Laura era una compañera un año menor que él, que había conocido a principio de curso, cuando aun iba a clase, en una de las asignaturas que le quedaban pendientes; habían hablado un par de veces pero como le pasaba con la mayoría de las chicas que le hacían algo de caso se sentía atraído por ella, además ésta era muy hermosa.

G - Hola, ¿Qué tal?
L - ¿Qué hacías en esa casa? - sonriendo - ¿Qué te ha pasado en la ojo?
G - Pues nada... que me acabo de dar contra un muro.
L - Pues vaya golpe
G - Es que está muy oscuro allí dentro...

Un golpe fuerte sonó de dentro de la casa nada más acabar de pronunciar esas palabras y acto seguido salió tropezando y rodando por el suelo Daniel, seguido de fuertes gritos y una silla que casi le alcanza. Éste no articuló palabra y salió corriendo de allí, cuando estuvo a la altura de Gustavo espetó un simple "nos vemos" y se fue corriendo tan como había venido, probablemente no volvería a verle en meses o años.
Laura se quedó mirándole aun más intrigada y burlona.

G - ¿Y tú donde ibas? - le preguntó rápidamente por cambiar de tema.
L - Voy a clase, que hoy va a explicar el profesor de Materiales como hacer los ejercicios tipo que suelen caer en el examen.

Exámenes... clases... parecía increíble que aquellas personas tuvieran el mismo cometido que Él llevando vidas tan distintas.

L - ¿Por qué no te vienes? Dijiste al principio de curso que esa era la parte complicada del examen de Materiales, no te lo irás a perder ahora...
G - Sí, ¡no!, bueno no tengo aquí la mochila ni nada si me esperas...
L - Da igual, son ejercicios no necesitas apuntes, aunque yo llevo, y te dejo folios, es que si no perdemos el autobús.
G - Vale

Gustavo echó la mano al bolsillo para ver si al menos llevaba dinero para el autobús y al encontrar el sobre que le iba a dar a Héctor se paró en seco un segundo.

L - ¿Qué pasa? Venga que se va el bus.
G - No es nada: vamos.

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